Gabriel March.
|Abadía del Señor Collins|
Gabriel parecía uno de los más cómodos en aquel lugar. Mientras los demás lo observaban todo con curiosidad o recelo, tomaban notas o se quejaban de los servicios -o más bien, la ausencia de ellos- que se ofrecían, él se dedicaba a tamborilear con la yema de los dedos una melodía pegadiza sobre su sombrero, que reposaba tranquilamente sobre sus rodillas en un acto de educación. El viaje no había sido tan infernal para él como para otros invitados. Acostumbrado como estaba a moverse de ciudad en ciudad en todo tipo de medio de transporte para dar sus espectáculos, unas cuantas horitas en tren no le iban a quitar el ánimo. Además, había estado bastante entretenido junto a aquella estudiante de periodismo. Dunne se llamaba, si no le fallaba la memoria al mago. Juntos, habían sido el terror de todo aquel que intentara encontrar algo de paz y tranquilidad en el compartimento.
Fue entonces cuando llegó el último invitado, aquel que fue repentinamente atropellado por una muchacha de cabello oscuro. Mientras que todos parecían tener interés en socializar con el primero, por alguna extraña razón la curiosidad de Gabe se centró en la mujer. Tan solo de escuchar sus susurros sobre el extraño ente que había detrás de aquella puerta, cualquiera podría pensar que estaba loca de remate. Pero él sospechaba que lo único que le ocurría es que estaba aterrada. No compartía ese temor, pero lo comprendía. Después de todo, estar en un lugar como aquel con tantos desconocidos podía llegar a ser realmente inquietante.
- Claro que le tiene que sonar.- Intervino, con suavidad, una voz cerca de Quinn. El propietario de la voz, sonrió al aludido- Es Jareth Smith, ¿cierto? He usado varias de sus canciones para acompañar mis espectáculos. Sobre todo para los momentos de mayor tensión. Oh, dios. Vaya bocaza tengo. Ahora querrá cobrarme derechos de autor o algo por el estilo.
Rió, de buen humor. Regresó entonces su mirada a la asustadiza muchacha.
- ¿No prefiere sentarse en el sofá? No debe de estar demasiado cómoda en esa silla. -Gabe palmeó el lugar que quedaba libre a su lado y esbozó una sonrisa tranquilizadora, la misma que podría ofrecerle a un niño asustado que saliera del público a ayudarle en alguno de sus espectáculo.- Tranquilícese, señorita. No tiene de que tener miedo, no me la voy a comer. Ni yo ni nadie. Si permite mi opinión, lo único medianamente terrorífico que hay en esta abadía son los apestosos perfumes que llevan esas dos.
Señaló con un gesto de cabeza a Carrie y a Alice, respectivamente. Mientras tanto, las manos de Gabe parecían haber hecho aparecer como por arte de magia una baraja de cartas españolas y no dejaba de barajarlas con la pericia y habilidad de alguien que parecía recién salido de un casino de las Vegas.
Etiquetas: Gabriel March.
|Salón de la Abadía|
Quinn decide sentarse en una incómoda silla junto a la chimenea, todo lo lejos que puede de la puerta. Aún respira con dificultad por el susto, pero poco a poco su corazón vuelve a latir con normalidad cuando comienza a hacer ejercicios de respiración. Justo cuando coge aire la tal Alice se levanta para saludar a Shane y Quinn se olvida de expulsar el aire, por lo que se le hinchan los papos cual hamster. Alice empieza a pasearse por el salón y cuando llega a la altura de Quinn la cara de esta está morada como una berenjena. En ese momento justo Quinn echa el aire y se queda completamente a gusto.
- ¡Quinn McKee! -grita sin darse cuenta, porque tiene los oídos taponados por al presión- ...Eeeeh... me llamo Quinn McKee y soy enfermera.
No se levantó a estrechar la mano de los demás, prefirió quedarse donde estaba, era más seguro.
- Disculpe señor, ¿podría apagar el cigarrillo? Soy asmática -le dice a Jareth después de haber estado unos minutos en silencio- Por cierto, me suena de algo...Etiquetas: Quinn McKee
[Salón de la abadía del señor Collins]
Alice suspiró suavemente, mirándose la manicura francesa que relucía con la luz del fuego, y luego posó las manos sobre la falda de tubo del vestido negro que llevaba. Le lanzó una mirada fría al recién llegado y se levantó con delicadeza, llevando el pequeño bolso de mano consigo. Se acercó con la elegancia que la caracterizaba, atravesando las nubes de humo que uno de los invitados [Jareth Smith] estaba provocando y haciendo sonar los tacones sobre el suelo helado, y extendió una delicada y fría mano ante O´Toole.
-Detective...- saludó con una sonrisa gélida pero a la vez cordial -Alice Loire- le estrechó la mano con brevedad.-Si me disculpa...
Se giró con elegancia, consciente de que O´Toole la estaba mirando, y comenzó a pasearse por la estancia, examinando los cuadros con fingido interés. "Vaya... no está mal, se parece a una de las residencias de verano de papá. Me pregunto quién será el señor Collins..." pensó, avanzando lentamente "¿Por qué habrá invitado a gente tan variopinta? Una periodista adolescente, un detective, un escritor de novelas de terror... Luego hablaré con Aldo, tiene que saber algo. O quizá es más conveniente hablar primero con la mujer, parece algo tímida y asustadiza...". Sonrió.Etiquetas: Alice Loire
ELIZABETH GREEN
|Abadía del señor Collins|
A Liz le fue imposible seguir mirando el fuego por más tiempo, ya que la llegada del último huésped del señor Collins parecía haber "despertado" a los demás, quienes estaban casi sedados por el largo e incómodo viaje, seguido de tan cómo salón. O quizás no, pensó al fijarse de nuevo en la señorita Morgan, una hiperactiva periodista pelirroja. Sin lugar a dudas, al menos es como se sentía ella.
Observó como Dunne atosigaba a preguntas al pobre hombre, que poco después se presentó como detectiva haciendo una pequeña broma, bastante bienvenida después de la intervención del viejo escritor. Ella misma recordaba tener un par de sus libros en su apartamento, probablemente los habría disfrutado en su momento, pero ahora ni se acordaba de ellos.
Sin embargo, era interesante como se diferenciaba su comportamiento con los de los huéspedes más jóvenes. No hacía tanto tiempo ellos mismos habían tenido su edad, y sin embargo ahora los más mayores eran como sosegados frente a los jóvenes.
Con un suspiro, Liz abandonó su cómodo sillón y sus divagaciones para presentarse al que, esperaba, fuera el último. Mientras se acercaba, una joven rubia entró disparada y chocó contra el detective, al parecer había llegado la primera y ya se sentía algo más a gusto con la mansión. O no, parecía asustada.
- En cualquier parte, Detective O'Toole. Elizabeth Green - se presentó profesionalmente, extendiendo una mano para que se la estrechara. Por el rabillo del ojo no perdío de vista su lugar junto al fuego, en el que había dejado su viejo bolso de cuero negro con sus pertenencias más valiosas.
Etiquetas: Liz Green
|Abadía - Salón|
(fdi: he utilizado parte de la entrada de Dunne para interpretarlo sin perderme xD)
Shane mira a los presentes algo reticente, sobretodo al hombre que fuma. Le da mala espina y no ha dicho nada en respuesta a su saludo. Después su atención pasa a la chica rubia que parece tener pocas luces, pero no se centra en ella. Escucha una voz y dirige su atención al origen, es una mujer algo más mayor que los demás, parece saber lo que es tener educación. Shane contesta con otro "buenas noches". Ahora le toca el turno a un hombre más curtido, pero justo en ese momento un torbellino pelirrojo se acerca a Shane y comienza a disparar una ráfaga de preguntas.
- ¡Bienvenido a la humilde morada del señor Collins, señor...! Bueno, no importa -corta, antes de que Shane O'Toole pueda contestar- Yo soy Dunne Morgan -le estrecha la mano con una sonrisa en los labios-, encantada de conocerle. ¿Es usted el último invitado? ¿Sabe si habrá más? ¡Porque esto se está convirtiendo en una jaula de grillos!
- El último, si. Mmm... no se...
Dunne se acerca a Shane, poniendo la palma de la mano extendida al lado de la boca, de tal forma que solo Shane puede saber lo que dice.
- Sobretodo con Smith, que no deja de fumar. Entre usted y yo, es un poco rarito.
-Eh... si, un poco rarito.
La chica se separa y, con la sonrisa impenetrable, empieza a hacerle preguntas. Nombre, edad, de qué trabajaba... Pero las hace tan rápidamente que a Shane ni siquiera le da tiempo a contestar.
Es un monólogo constante que solo es cortado por la interrupción de otro de los invitados.
- Señorita Morgan, está ahogando al invitado con sus preguntas. Déjelo descansar; ha sido un largo viaje.
Dunne se gira. Al lado de la chimenea, hundido en uno de los mullidos sillones de terciopelo rojo y negro, un hombre de avanzada edad los mira con una pipa en la boca. Le hace un gesto con la cabeza a Shane a modo de saludo. La periodista se vuelve de nuevo hacia el recién llegado, poniendo los ojos en blanco.
- Si, señor Atkins -contesta, arrastrando las palabras-. Es Marcus Atkins -le explica a Shane, en voz más baja-, ¿lo conoce? El famoso escritor.
- Si... lo conozco -Shane mira a Marcus agradecido por haberle salvado de aquel huracán pelirrojo- He leído alguno de sus libros, realmente inquietantes... -Shane se vuelve a girar hacia Dunne- Apuesto a que eres periodista... Shane O'Toole, 53 años, investigador privado, pero no se preocupen, estoy de vacaciones.
Justo después de decir esto algo choca contra su espalda lanzándole hacia delante. Tarda un rato en recuperar el equilibrio y en darse la vuelta para ver quien ha sido. Para su sorpresa es una joven más sorprendida que él por el choque.
- Estoy bien, no ha sido nada. -miente mientras se frota la espalda- En serio, no ha sido nada -vuelve a levantar la vista, pero Quinn ya ha desaparecido de su campo visual.
Shane levanta una deja y se vuelve.
- ¿Dónde puedo sentarme?Etiquetas: Shane O'Toole
|Abadía - Salón|
Quinn camina por los pasillos toqueteando todo lo que ve. Es un lugar interesante, parece tener mucha historia, y a Quinn le encanta la historia. Finalmente decide que lo mejor es no entretenerse y volver cuanto antes al salón. Quinn había llegado la primera a la abadía, pero como había tenido la urgencia de ir al baño había salido del salón.
Tras pasar varias puertas por fin da con la del salón. La empuja con fuerza, pero la maldita no cede. Escucha un ruido a su espalda y se imagina que es un fantasma (es una chica muy paranoica), lo que produce que la adrenalina corra por sus venas. Coge carrerilla y vuelve a empujar, pero por desgracia Aldo abre la puerta desde el otro lado y Quinn entra como un perdigón chocando contra la espalda de Shane y el costado de Dunne.
- ¡Vaya! Lo siento. Había oído un ruido a mi espalda.. la puerta no se abría... -le dice a un dolorido Shane- Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento ¿estáis bien? -pregunta a ambos mordiéndose el labio inferior- Hola a todos. He llegado hace rato, pero había salido al baño. Soy Quinn McKee.
Tan nerviosa está que no espera la contestación de Shane ni la de Dunne. Se aleja de la puerta como si algo monstruoso fuese a entrar por ahí y contina susurrando que hay algo ahí fuera.Etiquetas: Quinn McKee
Dunne Morgan
Abadía
Dunne tenía buen oído. Por eso, cuando escuchó como el portón de madera que era la entrada a la enorme abadía construída a base de piedra y esfuerzo se abría con un ligero chirrido, se levantó de un salto del sofá en el que había pasado el rato tomando notas de cada uno de los detalles del salón y de los huéspedes. Y es que, desde que aquel chofer que no soltaba prenda la dejara delante de la extraña y siniestra abadía, no había parado de hacer preguntas a todos los que se iban a alojar allí durante las tres semanas próximas. Algunas caras eran nuevas, pero otras las recordaba del tren. Por ejemplo, conoció a Gabe March, el mago, en el vagón en el que se habían pasado seis horas llenas de interminables bromas, risas y juegos. También estaba el tal Jareth Smith, que ahora se dedicaba enteramente a su cigarro. Y algunos más que, esparcidos por el salón, se entretenían como podían.
Aldo, el mayordomo, llegó al salón acompañado de un hombre que podría ser su padre. Sin pensarlo dos veces, la pelirroja voló hasta la entrada del salón y, con el bolígrafo a punto para escribir en la libreta, empezo a soltar una retahíla de palabras a la que Aldo, que pareció huir despavorido -o eso imaginó Dunne-, ya parecía estar acostumbrado.
- ¡Bienvenido a la humilde morada del señor Collins, señor...! Bueno, no importa -cortó, antes de que Shane O'Toole pudiera contestar- Yo soy Dunne Morgan -le estrechó la mano con una sonrisa en los labios-, encantada de conocerle. ¿Es usted el último invitado? ¿Sabe si habrá más? ¡Porque esto se está convirtiendo en una jaula de grillos!
Se acercó al hombre, poniendo la palma de la mano extendida al lado de la boca, de tal forma que solo Shane podía saber lo que decía.
- Sobretodo con Smith, que no deja de fumar. Entre usted y yo, es un poco rarito.
Se separó y, con la sonrisa impenetrable, empezó a hacerle preguntas. Nombre, edad, de qué trabajaba... Pero las hacía tan rápidamente que a Shane ni siquiera le daba tiempo a contestar. Era un monólogo constante que solo fue cortado por la interrupción de otro de los invitados.
- Señorita Morgan, está ahogando al invitado con sus preguntas. Déjelo descansar; ha sido un largo viaje.
Dunne se giró. Al lado de la chimenea, hundido en uno de los mullidos sillones de terciopelo rojo y negro, un hombre de avanzada edad los miraba con una pipa en la boca. Le hizo un gesto con la cabeza a Shane a modo de saludo. La periodista se volvió de nuevo hacia el recién llegado, poniendo los ojos en blanco.
- Si, señor Atkins -contestó, arrastrando las palabras-. Es Marcus Atkins -le explicó a Shane, en voz más baja-, ¿lo conoce? El famoso escritor.
|En el Salón de la Abadía|
Sentada en uno de los enormes sofás de aquel salón se encontraba la joven Carrie, quien en ese momento cruzaba con parsimonía sus piernas, dejando entrever por la larga apertura de su falda parte de sus estilizadas piernas. Depositó sobre sus rodillas un minúsculo bolso de piel del cual sacó un también minúsculo espejo, en el que no tardó en mirarse. Poco después acompañó al espejo un kit de maquillaje de "Primeros Auxilios". Se sentía horriblemente mareada y asqueada tras aquel tortuoso viaje por lo que había parecido medio mundo y necesitaba recomponerse a base de maquillaje. Aún no entendía como había podido soportar estar durante horas en un tren que parecía anclado en el pasado y en el que no conocían en absoluto la expresión "Primera Clase". Se había visto obligada a compartir vagón con gente que no paraba de reír, de fumar y de hacer trucos de magia como si de una andrajosa taberna de pueblo se tratara, hasta tal punto que ella también había comenzado a sentirse vulgar. Esperaba que eso pudiera arreglarse con un poco más de brillo de labios.
Y es que volvía a retorcérsele el estómago solo de pensar que por un momento se había sentido como en casa al llegar a esa enorme mansión, incluso más grande que la de su padre. Le habían recogido sus dos maletas, todas llenas de ropa de marca, y su maletín de mano, en el cual había guardado sus zapatos. Se había sentido atendida, el centro de atención de todo aquello. Pero al entrar en el enorme salón volvió a la realidad. No estaba sola y no era, en absoluto, el centro de atención. Nadie parecía reparar especialmente en ella y tampoco nadie se levantó corriendo a pedirle con entusiasmo un autógrafo por sus películas. "Qué gentuza".
- Al menos podría venir alguien a servirnos algo de beber. -Dijo, con aire crítico, mientras añadía algo de colorete a sus pálidas mejillas y se retocaba un mechón rebelde de pelo.- Por dios. Yo nunca permitiría que trataran a unos invitados míos de esta forma. Que vergüenza ajena.
No podía saberse con seguridad si hablaba para sí misma o para el resto de invitados. Fue entonces cuando la puerta se abrió por última vez y Carrie le dedicó al recién llegado una mirada escrutadora por encima de su espejo, el cual cerró de un solo golpe y lo volvió a introducir en su bolso.
- Buenas.
ELIZABETH GREEN
|Abadía del señor Collins|
Llevaban ya un buen rato sentados en las cómodas butacas de cuero cuando un destello captó la atención de Liz por el rabillo del ojo, distrayéndola de la agradable vista de las llamas. No es que la sala no fuera, bueno, impresionante, pero un fuego bien hecho tenía la capacidad de atraer las miradas de un modo magnético, casi mágico.
La fuente del destello era el anillo metálico de otro de los presentes, un joven desaliñado que no paraba quieto con su cigarrillo. Desde donde se encontraba, sentada junto a la chimenea, no podía distinguir el dibujo, y menos sin las gafas de lectura que esperaban pacientemente en su bolso a ser utilizadas.
Se alisó la falda del traje con las palmas de la mano, dispuesta a esperar todo lo que hiciera falta en ese entorno tan cómodo y rústico, pues tenía muy frescos interminables meetings de prensa en horribles sillas de plástico y mesas de la misma calaña. Para variar, se estaba bastante bien.
Cuando volvía la vista al fuego, se abrió, tras dos o tres minutos de chasquidos e intentos fallidos, la puerta. En el marco podía observarse una figura alta, seguramente Aldo, y otro huésped que penetraba en la habitación. La luz del fuego reveló un hombre en su cincuentena, de pelo corto y ojos claros. Lo saludó con una educada inclinación de cabeza, puesto que, francamente, se encontraba demasiado cansada para levantarse y darle la mano como es debido. Ya se ocuparía de eso más tarde.
- Buenas noches.
Abadía del señor Collins
Exhaló lentamente el humo del cigarrillo, acomodado en el sillón de cuero de aquella mansión tan pija. Allí no podía sacar la pequeña bolsa de viaje repleta de marihuana, por lo que tenía que conformarse con el tabaco. El anillo con forma de calavera soltó un destello a causa de la luz de la chimenea, y entonces se sacudió la ceniza de los vaqueros rotos y desgastados que llevaba. Paseó su mirada por el salón, fumando con lentitud. Pijo. Prefería su mansión en Canadá, con el estudio de música, el salón con la televisión de plasma y la asistenta brasileña que estaba tan buena. Con un escalofrío fingido, recordó a la mujer que había cogido su maleta al entrar. "Lo voy a pasar realmente mal aquí" pensó. Luego estudió a las féminas que se encontraban en el salón. "O quizá no..."
El viaje hasta aquella mansión pija había sido interminable. Viaje de avión desde Canadá hasta Londres, después el tren con la adolescente pelirroja que, aunque estaba buena, se había pasado todo el viaje dando el coñazo... Luego en aquel coche que se caía a trozos por una carretera con más agujeros de los que se podían contar, y aquel pueblucho apartado de la civilización humana. Bonito lugar para pasar tus últimos días de vida hasta fin de año.
Acarició la funda de su guitarra eléctrica. Tenía cientos en su mansión, pero a esa Explorer negra le tenía un especial cariño. Y no, no iba a dejar que la vieja pusiera sus regordetas manos en su guitarra.
Giró la cabeza con desgana al escuchar una voz masculina [Shane O´Toole]. Otro huésped. Exhaló lentamente el humo del cigarrillo, consciente de que el salón empezaba a cubrirse de una leve bruma.
SHANE O'TOOLE
|Abadía del señor Collins|
- Bienvenido, señor O'Toole. Lo estábamos esperando. Soy Aldo, el mayordomo.
-Aldo... Encantado. ¿El señor Coll...? -comienza a decir el recién llegado, pero el mayordono se apresura en contestar con solemne lentitud, cosa que exaspera a Shane.
-Siento comunicarle que el señor Collins, el dueño de la abadía, no se encuentra en estos momentos por razones mayores. Pero, si me acompaña, en el salón se encuentran todos los invitados.
En pseudo-venganza la respuesta de Shane se retrasa y aprovecha a mirar la decoración del lugar. No está mal, pero no es su estilo. A O'Toole le gustan las cosas más sencillas y hogareñas.
- Está bien, le sigo.
Shane sigue al mayordomo hasta una enorme puerta de madera noble. A Aldo le cuesta abrirla, pero no acepta la ayuda de O'Toole, quien se la ofrece en un par de ocasiones. Cuando la puerta por fin cede, el visitante se queda maravillado por la amplitud del salón, aunque sigue pensando que el prefería algo más pequeño.
- Hola... -saluda al pasar por la puerta.
No hace buen tiempo en Knight's Hollow. Pero ya te habías dado cuenta, ¿verdad? Justo cuando enfilas el estrecho y tortuoso camino mal asfaltado que lleva al pueblo, subida en aquel coche de alquiler. Demasiados baches, demasiadas curvas... demasiada nieve. Aún así, te conformas con la calefacción al máximo y con poder pegar una cabezada después del duro viaje en tren mientras el misterioso chófer que te ha recogido en la estación te conduce hasta tu destino.
Al llegar al pueblo, tu visión sobre el lugar no mejora. Todavía adormilado, miras por el cristal cubierto de vaho a causa de la diferencia de temperatura. No hay ni un alma en la calle; el frío no es buena compañía. Además, ha anochecido. Te remueves en el asiento trasero y estiras el cuello para ver el reloj instalado en el automóvil. Las once y media de la noche. Pero, a pesar de la hora, las luces de una taberna en la calle principal siguen encendidas. El chofer insiste en que tomes algo caliente allí, y te deja justo enfrente. Al salir, puedes ver que, en una tabla de madera colgada de mala manera sobre la puerta, está inscrito el nombre de la taberna: Duke'n'Virgin.
Entras, pides una copa y te sientas en el único taburete libre que queda al lado de la barra americana, entre dos hombres con cara de pocos amigos que no te miran muy bien y que se terminan rápidamente su cerveza. Salen antes de que aquella mujer rechoncha, bajita y morena que te ha atendido antes te sirva el whisky. Cuando lo hace, te sonríe.
- Nuevo por aquí, ¿verdad? -pregunta mientras limpia la barra de madera con un trapo ya manchado de café.
Dejas el vaso de whisky en la mesa.
- Pues... si. Acabo de llegar.
- En invierno nunca es bueno venir por aquí. ¡Tendrías que habernos visitado en verano!
Le dedicas una sonrisa, y ella vuelve a su trabajo. Se gira hacia la cafetera y saca dos tazas grandes, en las que echa leche. Crees que ha hecho una para ti, pero justo cuando vas a decirle que no has pedido café una chica de no más de veinticinco años sale de la trastienda y te mira de arriba a abajo. Se parece mucho a la mujer que te ha servido antes el whisky, aunque es más alta que ella. Pero conserva la tez pálida, el pelo negro y los ojos claros. Lleva un cigarro en la boca, y echa el humo por la nariz. Cuando la ve, su madre le reprocha el fumar delante suya, pero la chica no se digna a apagar el cigarro; coge el café y desaparece tras la ______________________________. No te molestas en preguntar por ella. Pagas la copa y sales del bar con rapidez, abrazándote a ti mismo a causa del frío.
El viaje en coche resulta ser corto en comparación con todos los kilómetros que has hecho. Media hora no es nada comparado con las seis largas e interminables horas en tren, aguantando a gente como aquella pelirroja adolescente y aquel chico mago que no dejaban de bromear y de reir cuando tú solo querías dormir para que el viaje se te hiciera más corto.
En todo caso, ya estás allí.
El chofer te abre la puerta y saca tu equipaje. Llevas una maleta con ropa para tres semanas que pesa bastante, pero el hombre que te ha llevado desde la estación hasta este pueblucho se mete de nuevo en el coche y se va, perdiéndose en la noche al girar la curva que lo llevara de nuevo al pueblo, sin ayudarte.
Coges la maleta y te encaminas hacia lo que hacía años pareció ser una abadía. No puedes apreciar los detalles, pero te das cuenta de que es un lugar demasiado grande para una persona con un sueldo normal. Quien te ha invitado tiene muchísimo dinero; quizás algún título nobiliario. Avanzas hasta el enorme portón de madera y posas la mano sobre la aldaba, tocando exactamente cuatro veces, como decía en la carta.
Oyes unos ruídos tras la puerta. Y, de repente, esta se abre con un chirrío que te hace tragas saliva. Al dejar al descubierto el interior de la casa, te das cuenta de que dos siluetas oscuras están paradas en medio del pasillo, esperándote.
- Bienvenido, señor O'Toole. Lo estábamos esperando.
El dueño de aquella voz se deja ver, dando dos pasos hacia ti. Es un hombre alto, delgado y bastante estirado, con el cuello largo y la mirada altiva. Lleva un uniforme típico de un antiguo mayordomo. A su lado, una mujer mucho más baja y bastante entrada en carnes lo observa con miedo. Tras una mirada rápida por parte del mayordomo, la mujer corretea hasta ti y coge tu maleta.
- Soy Aldo, el mayordomo. Siento comunicarle que el señor Collins, el dueño de la abadía, no se encuentra en estos momentos por razones mayores. Pero, si me acompaña, en el salón se encuentran todos los invitados.Etiquetas: master